Nuestra lucha no se trata de una mera elección estrecha entre opciones electorales dentro del actual régimen, sino de apostar por formas de organización económica y espiritual, cualitativamente superiores a la civilización burguesa, donde se garantiza la emancipación del proletariado y la democracia real. Es la lucha popular por la conquista de la civilización socialista, partiendo del estudio científico de las bases materiales que lo posibilitan y con el objetivo último del comunismo.

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30 de enero de 2006

La “bandera roja” coge velocidad

Oleg Cherkovets
Pravda

Traducido del ruso para Rebelión por Josafat S.Comín

Los “demócratas” de Moscú y sus amos del otro lado del océano, intentan en vano convencer a la opinión pública de que el mundo contemporáneo es campo de dominio absoluto de los Estados Unidos y los cacareados “valores” occidentales. Si eso es así ¿por qué tanto unos como otros tiemblan ante los éxitos de China?
Lo dicho, no es para nada una metáfora. Ese “temblor” es algo que cualquiera puede ver y que cada vez es más evidente. Y ocurre esto, claro está, porque China es -por mucho que se esfuercen en demostrar lo contrario- un país socialista, donde el poder político se encuentra firmemente en manos del Partido Comunista marxista-leninista; y es precisamente este partido el que ha diseñado y puesto en marcha un modelo económico y social para transformar un país semifeudal con relaciones de semiesclavitud, como era China, hace apenas unas décadas, hasta conducirlo al status de segunda superpotencia mundial.
Si. Hoy es más evidente que nunca, que el mundo, por un corto espacio de tiempo –apenas unos años a finales del siglo XX- atravesaba un estado de euforia por la supuesta finalización de la “guerra fría” (entendiendo por esa “finalización”, la rendición total de una de las partes: la URSS y sus aliados del Este de Europa). Pero el recién comenzado siglo XXI está demostrando con cada año que pasa, que el “fin de la historia”, contrariamente a los pronósticos del conocido politólogo norteamericano, F. Fukuyama y sus correligionarios, está lejos de llegar. La historia continúa, y su etapa actual no representa en absoluto el triunfo del capitalismo a nivel mundial. Tampoco ha terminado la “guerra fría” entre los dos sistemas políticos: el mundo del capitalismo y el mundo del socialismo.
Simplemente la frontera entre estos dos mundos ha variado su configuración, y el sujeto principal de uno de los dos sistemas, es ahora un país completamente distinto. Hoy día, son cada vez más los economistas, politólogos y políticos norteamericanos, que hablan abiertamente de que el principal y nuevo enemigo de los EE.UU. en el terreno económico y geoestratégico, es la China socialista (comunista en su terminología).

Más aún. Los trabajos de un gran número de investigadores están repletos de oscuros augurios en relación con el destino de los propios Estados Unidos en esta nueva confrontación global. Baste señalar la declaración de T. Fridman en el “New York Times” sobre la futura sustitución del “siglo de América” por el “siglo de China”… Es importante subrayar el hecho de que una visión tan pesimista sobre el desenlace de la confrontación desatada entre el socialismo y el capitalismo, no existía entre la élite intelectual norteamericana, ni siquiera en los tiempos del mayor auge del poderío de la Unión Soviética. La causa del crecimiento de estos sentimientos de pánico en los EE.UU. parece clara: el fortalecimiento del potencial militar y político de la RPCh, no se desarrolla en detrimento de la desaceleración del desarrollo de su base económica, como sucedió en la historia de la URSS tras la muerte de Stalin, sino que ese empuje se debe precisamente al permanente crecimiento económico, que no tiene análogos en la historia mundial.
“Pravda” ya ha contado en más de una ocasión a sus lectores, que los tiempos medios anuales de crecimiento del Producto Interior Bruto en la República Popular China en el periodo entre 1979 y 2003, en precios comparativos, comprendían un 9’4%. En el 2004 China ha aumentado de nuevo su PIB hasta el 9’5%, continuando así la fenomenal serie iniciada en los años 80 y 90 del pasado siglo y en el inicio de la actual centuria. En el informe publicado recientemente por La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, sobre la economía de China, se habla claramente de que no hay ningún indicador que haga pensar en la desaceleración de este crecimiento en un futuro visible. Los analistas occidentales no se equivocan. Los datos preliminares correspondientes al 2005 indican que el crecimiento del PIB de China ha vuelto a marcar el 9’4%.
La RPCh es ya líder mundial en producción de acero y laminados, de carbón, de cemento, de grano y carne (lo que ha permitido resolver definitivamente el problema del suministro de abastos para una población de 1500 millones) de algodón y telas de algodón, así como de televisores.
Es precisamente a China, y no a los EE.UU. (y mucho menos a Japón) a la que con más frecuencia denominan la “gran fábrica mundial”. El imparable desarrollo económico se sustenta en el continuo aumento de la capacidad de generar energía eléctrica. Así por ejemplo, el año pasado el volumen total producido ascendió a 228 millones de Kilovatios, lo que representa el 80% de la producción estadounidense y supera en tres veces la capacidad de la Rusia actual.
Donde reside el secreto del “milagro económico chino” es algo que los lectores de nuestro periódico conocen bien. La combinación de la base de planificación estatal y los métodos de mercado, que facilitan el desarrollo de las capacidades de los emprendedores y de las posibilidades de mejorar la administración, la presencia de distintos tipos de propiedad en la separación de la propiedad social sobre los medios de producción como bases de la economía socialista de mercado, el poder político de la vanguardia del pueblo chino, el Partido Comunista con sus 70 millones de militantes. Estos son los componentes del “milagro”.

Por eso estamos ante algo impensable hasta no hace mucho desde el punto de vista del establishment estadounidense. Es precisamente el modelo económico chino y no el norteamericano el que amenaza con convertirse en el más atractivo para decenas de países en desarrollo, muchos de los cuales se encuentran además en regiones, que hasta hace apenas unos años eran vistas como simples heredades, propiedades de los EE.UU.
El caso más claro se está dando en América Latina. El “enrojecimiento” que se esta produciendo ante nuestros ojos a una velocidad vertiginosa, del gigantesco continente sudamericano, demuestra que no desea seguir siendo por más tiempo un suministrador de bananas, cobre y estaño, ni cobayas en el laboratorio del “tío Sam”.
¿Acaso no guardan relación los éxitos de las fuerzas de izquierda en América Latina – de Brasil a Bolivia (recordemos el reciente triunfo) y de Venezuela a Argentina- con el paso firme de la economía del socialismo chino, materializado para cientos de millones de personas, en un enorme aluvión de productos con la etiqueta “Hecho en China”, que han copado las estanterías de las tiendas de Europa, Asia y todo el continente americano, incluidos los EE.UU.?

Las exportaciones chinas merecen un capítulo aparte. El 2004 arrojó una balanza comercial en la RPCh de 1 trillón* 100 mil millones de dólares. En volumen comercial, China ha superado al gigante mundial japonés, ocupando el tercer lugar por detrás de los EE.UU y Alemania.
Según datos del FMI, el porcentaje de la RPCh en las exportaciones mundiales se acerca al 6%, lo que en más de tres veces supera los indicadores de la Federación Rusa. Esto teniendo en cuenta que el principal “relleno” de las exportaciones rusas está representado como todo el mundo sabe por las materias primas, mientras que las exportaciones chinas son de productos manufacturados: ropa, telas, calzado y electrodomésticos; desde televisores a computadoras y lavadoras.
La OCDE en el informa ya referido sobre la economía china, pronostica que para el 2010 China puede superar en volumen de exportaciones a Alemania y los EE.UU. y ocupar el primer puesto como potencia comercial con un 10% de todas las exportaciones mundiales.
Podemos imaginarnos como “inspira” semejante perspectiva a los círculos gobernantes de los EE.UU y a sus protegidos por todo el mundo. Tanto más si pensamos que en el comercio entre los EE.UU. y China, el déficit de la balanza comercial de los Estados Unidos, aumenta a marchas agigantadas con cada año que pasa. Así, si en el 2003 superó los 120 mil millones de dólares- lo que supone un 20% más que el índice análogo del año anterior- para finales del 2004, alcanzó los 162 mil millones de dólares. El aumento en un año, como vemos es del 35%.
Un rasgo característico más: en los últimos años junto a los principales artículos de exportación, se añadieron, aparte de las lavadoras, otras máquinas, los automóviles. Los primeros datos apuntan a que tan solo el año pasado, la industria automovilística china aumentó sus exportaciones en un 27%.
Imagino que no hace falta que comparemos la situación de la industria automovilística de China y de la Rusia actual, donde al parecer, el gobierno junto con los oligarcas, no saben como cerrar las últimas líneas de producción en las fabricas de automoción; Lo poco, junto con el potencial nuclear, que nos queda del status de superpotencia.
No es la primera vez que comentamos en estas páginas, que Rusia debe ser el único país del mundo, de entre los que fabrican automóviles, donde su presidente prefiere utilizar un “mercedes” en lugar de un vehículo de fabricación nacional. Viene a resultar que sus sentimientos hacia el país, donde en gran medida se hizo con el poder fruto de la casualidad, son más bien dudosos.
En China, algo así es simplemente impensable. Por eso a los dirigentes del PCCh, de la RPCh, y a los mandatarios extranjeros los llevan en limusinas de fabricación propia, con el expresivo nombre de “Juntsi”, “Bandera roja”. Y esto realmente es algo más que un hecho ilustrativo y demostrativo del auténtico significado planetario de los logros de la China socialista en su exitosa competición con la principal fuerza del capitalismo mundial.

*1 trillón equivale a un millón de billones.

Oleg Cherkovets es doctor en ciencias económicas.