Nuestra lucha no se trata de una mera elección estrecha entre opciones electorales dentro del actual régimen, sino de apostar por formas de organización económica y espiritual, cualitativamente superiores a la civilización burguesa, donde se garantiza la emancipación del proletariado y la democracia real. Es la lucha popular por la conquista de la civilización socialista, partiendo del estudio científico de las bases materiales que lo posibilitan y con el objetivo último del comunismo.

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13 de octubre de 2008

El linchamiento de Lysenko [I]

Por Juan Manuel Olarieta Alberdi



Sumario:
Introducción- Los supuestos fracasos agrícolas de la URSS
La maldición lamarckista- Los lysenkistas y el desarrollo de la genética
La involución frente a la evolución- Timofeiev-Ressovski, un genetista en el gulag
La teoría de las mutaciones- Los ataques contra Lysenko fuera de la URSS
La teoría sintética de Rockefeller- Los peones de Rockefeller en París
Tres tendencias en la genética soviética- La genética después de Lysenko
Un campesino humilde en la Academia- Notas
La técnica de vernalización- Otra bibliografía es posible
Genética y racismo



Introducción

Hace 60 años, en agosto de 1948, el presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas de la URSS, T.D.Lysenko (1898-1976), leía un informe ante más de 700 científicos soviéticos de todas las especialidades que desencadenó una de las más formidables campañas de linchamiento propagandístico de la guerra fría, lo cual no dejaba de resultar extraño, tratándose de un acto científico.

Sucedió que Lysenko fue extraído de un contexto científico en el que había surgido de manera polémica para sentarlo junto al Plan Marshall, Bretton Woods, la OTAN y la bomba atómica. Después de la obra de Frances S. Sauders (1) hoy tenemos la certeza de lo que siempre habíamos sospechado: hasta qué punto la cultura fue manipulada en la posguerra por los servicios militares de inteligencia de Estados Unidos. Lysenko no era conocido fuera de la URSS hasta que la guerra sicológica desató una leyenda fantástica que aún no ha terminado y que se alimenta a sí misma, que reproduce sus mismos términos de un autor a otro, porque no hay nada nuevo que decir: “historia terminada” dice Althusser (2). Es el ansiado fin de la historia y, por supuesto, es una vía muerta para la ciencia porque la ciencia y Lysenko se dan la espalda. No hay nada más que decir sobre el asunto.

O quizá sí; quizá haya que recordar periódicamente las malas influencias que ejerce “la política” sobre la ciencia, y el mejor ejemplo de eso es Lysenko. Pero ya estaremos hablando de política. Así sigue la cuestión, como si se tratara de un asunto político, y sólo puede ser polémico si es político porque sobre ciencia no se discute. Un participante en el debate de entonces, el biólogo francés Jean Rostand, escribió al respecto: “Expresiones apasionadas no se habían dado nunca hasta entonces en las discusiones intelectuales” (3). Uno no puede dejar de mostrar su estupor ante tamañas afirmaciones, sobre todo en un científico que ignora los datos más elementales de la historia de la ciencia desde Tales de Mileto hasta el día de hoy. No es ninguna paradoja: los estrategas de guerra sicológica que en 1948 trasladaron el decorado del escenario desde la ciencia a la política fueron los mismos que protestan en contra de la politización de la ciencia, entre los que destaca Rostand.

Tampoco es ninguna paradoja: Lysenko aparece como el linchador cuando es el único linchado. La manipulación del “asunto Lysenko” se utilizó entonces como un ejemplo del atraso de las ciencias en la URSS, contundentemente desmentido -por si hacía falta- al año siguiente con el lanzamiento de la primera bomba atómica, lo cual dio una vuelta de tuerca al significado último de la propaganda: a partir de entonces había que hablar de cómo los comunistas imponen un modo de pensar incluso a los mismos científicos con teorías supuestamente aberrantes. Como los jueces, los científicos también aspiran a que nadie se meta en sus asuntos, que son materia reservada contra los intrusos, máxime si éstos son ajenos a la disciplina de que se trata.

Más de medio siglo después lo que concierne a Lysenko es un paradigma de pensamiento único y unificador. No admite controversia posible, de modo que sólo cabe reproducir, generación tras generación, las mismas instrucciones de la guerra fría. Así, lo que empezó como polémica ha acabado como consigna monocorde (4). Aún hoy en toda buena campaña anticomunista nunca puede faltar una alusión tópica al agrónomo soviético.

En todo lo que concierne a la URSS se siguen presentando las cosas de una manera uniforme, fruto de un supuesto “monolitismo” que allá habría imperado. Sin embargo, el informe de Lysenko a la Academia resumía más de 20 años de áspera lucha ideológica acerca de la biología, lucha que no se circunscribía al campo científico sino también al ideológico, económico y político y que se entabló también en el interior del Partido bolchevique.

El radio de acción de aquella polémica tampoco se limitaba al interior de las fronteras soviéticas. Aunque Rostand –y otros como él- quisieran olvidarse de ellas, la biología es una especialidad científica que en todo el mundo conoce posiciones encontradas desde las publicaciones de Darwin a mediados del siglo XIX. Además tiene poderosas resistencias y enfrentamientos provenientes del cristianismo. En 1893 la encíclica “Providentissimus Deus” prohibió la teoría de la evolución a los católicos.

En 1948 aquel enfrentamiento entre diversas posiciones ideológicas soviéticas también tuvo su reflejo en Francia, dentro de la ofensiva feroz del imperialismo propio de la guerra fría y muy poco tiempo después de que los comunistas fueran expulsados del gobierno de coalición de la posguerra.

El linchamiento desencadenado contra Lysenko trató de derribar el único baluarte impuesto por la ciencia y la dialéctica materialista contra el racismo, que había empezado como corriente teórica dentro de la biología y había acabado en la práctica: en los campos de concentración, la eugenesia, el apartheid, la segregación racial, las esterilizaciones forzosas y la limpieza étnica.

Determinados posicionamientos en el terreno de la biología no son exclusivamente teóricos sino prácticos (económicos) y políticos; por tanto, no se explican con el cómodo recurso de una ciencia “neutral”, ajena por completo al “uso” que luego terceras personas hacen de ella. Más bien todo lo contrario: el capitalismo busca fundamentar su sistema de explotación sobre bases “naturales”, es decir, enraizadas en la misma naturaleza y, en consecuencia, inamovibles. Cuando la biología demostró que no había nada inamovible, que todo evolucionaba, hubo quienes no se resignaron y buscaron en otra parte algo que no evolucionara nunca para asentar sobre ello las bases de la inmortalidad terrenal.

La maldición lamarckista

Creada en 1800 por el francés J.B.Lamarck, la biología es una ciencia de muy reciente aparición. A diferencia de otras y por la propia complejidad de los fenómenos que estudia, está lejos de haber consolidado un cuerpo doctrinal sólidamente fundado. No obstante, la teoría de la evolución, que es eminentemente dialéctica, está en el núcleo de sus concepciones desde el primer momento de su aparición.

Antes de la evolución, la biología era una ciencia descriptiva y comparativa que trataba de clasificar las especies, consideradas como estables. Por el contrario, la evolución es una “historia natural” y, por tanto, tiene que explicar una contradicción: el origen de la biodiversidad a partir de organismos muy simples. ¿Cómo aparecen nuevas especies, diferentes de las anteriores y sin embargo procedentes de ellas? Normalmente cuando a partir de mediados del siglo XIX se empieza a utilizar la expresión “herencia” en su nuevo sentido biológico es para remarcar la continuidad, es decir, el parecido de una generación a la anterior. Pero además de eso la herencia tiene que explicar su contrario, la discontinuidad, el surgimiento de nuevas especies. Finalmente, a partir de la discontinuidad la biología tiene que volver a explicar la continuidad. No basta aludir a la variedad de especies sino que es necesario que esa variedad sea permanente, esto es, heredable, de manera que se transmita de generación en generación.

Por supuesto, la evolución no concierne únicamente a las especies (filogenia) sino a los individuos de cada especie (ontogenia), que también tienen su propio ciclo vital, es decir, que también tienen su propia historia. El título de la obra cumbre de Darwin era precisamente “El origen de las especies”, es decir, su comienzo, que debe completarse con el final de las especies, es decir, los registros fósiles. Finalmente, como tercer concepto básico la biología tiene que tener en cuenta la transformación de las especies, la manera en que unos seres vivos desaparecen para dar lugar a otros diferentes.

Uno de los recursos más corrientes en biología para explicar la diversificación ha sido la hibridación o mezcla entre especies diferentes (interespecífica) o dentro de la misma especie (intraespecífica), una práctica tradicional que ha consumido muchas horas de experimentación.

De manera dubitativa, Linneo lo había intentado con la vieja concepción griega de la “metempsicosis corpurum”, es decir, la transformación, si bien limitada al interior de una misma especie. Lamarck siguió esa misma pista, de manera que en el siglo XIX sus tesis evolucionistas fueron calificadas de “transformismo”. Su obra dividió radicalmente a los biólogos en dos campos enfrentados. Por un lado, los defensores de las viejas teorías de la estabilidad de las especies, que comenzaron a llamarse “fijistas”, y por el otro, a los evolucionistas, que entonces se llamaron lamarckistas o transformistas. Estos últimos, como corresponde a una etapa inicial de la biología de carácter descriptivo, ponían el acento en la incidencia de los factores ambientales sobre los organismos. El medio exterior dejaba su huella en los seres vivos, que la transmitían de generación en generación de una manera acumulativa. Esta teoría fue denominada “herencia de los caracteres adquiridos”.

Aunque erróneamente se asocia al nombre de Lamarck, esa teoría fue un recurso generalizado entre todos los biólogos desde Buffon en el siglo XVIII hasta finales del siglo XIX. Lamarck no habló nunca de “herencia de los caracteres adquiridos”. La expresión “herencia” utilizada en el sentido biológico sólo aparece en la segunda mitad del siglo XIX y como muchas otras expresiones (adaptación, selección, gen, mutación, medio ambiente y otras) sigue estando necesitada de una definición precisa, sin que se pueda eludir sustituyéndola por neologismos (genotipo, fenotipo) que arrastran la misma imprecisión. Por influencia de una tradición taxonómica, los biólogos están acostumbrados a poner nombres a las cosas y, en muchas ocasiones, a hacer pasar como descubrimientos lo que son deslumbrantes vocablos rescatados del latín.

Lamarck habló del “uso y desuso” de los órganos, lo cual es bastante diferente de una concepción ambientalista. Como corresponde a una ciencia basada en la observación, la biología comenzó poniendo toda su atención en el ambiente pero dando por sobreentendido que el ambiente es todo, que está fuera del ser vivo, que es cualquier cosa exterior a él. La palabra medio fue introducida en la biología a través de la mecánica de Newton, donde formaba parte de la acción a distancia, como éter o fluido intermediario entre dos cuerpos. El medio es el centro de la acción de las fuerzas físicas. Tenía un sentido relativo que luego se convirtió en absoluto, en algo con entidad por sí mismo que separa a los cuerpos más que unirlos.

Luego Lamarck lo traslada a la biología, aunque con notables precisiones que importa mucho poner de manifiesto:

a) el medio es algo concreto; habla de él en plural, como “circunstancias ambientales”, refiriéndose al agua, la tierra y el aire

b) el lamarckismo no es mecanicista: no hay armonía entre el individuo y el medio; el medio más que exterior es extraño a la especie por lo que es necesario un esfuerzo de adaptación

c) no hay acción directa del medio sobre el organismo sino a través del propio organismo. Lamarck es dualista y dialéctico: hay una acción (del medio) y una reacción (del organismo), pero ésta prevalece sobre aquella, es más importante. En Lamarck la acción del medio requiere un cambio de hábitos y conductas previos a los cambios orgánicos. Su concepción, por tanto, remitía a dos factores dialécticos simultáneamente: la práctica y la interacción del individuo con el medio.

Por el contrario, en Darwin el entorno es otro ser vivo, un depredador o una presa, la lucha por la existencia y la competencia. El centro de la relación se entabla entre unos seres vivos y otros.

En 1838 Comte convierte al medio en una noción abstracta y universal: es el conjunto total de circunstancias que son necesarias para la existencia de un determinado organismo. Es continuo y homogéneo, un sistema de relaciones sin soporte, el anonimato donde se disuelven los organismos singulares. Más que a Lamarck, los neolamarckianos siguieron a Comte.

El ambientalismo fue desarrollado por el biólogo francés Geoffroy Saint-Hilaire (1772-1844) sobre la base de la concepción de Comte. Geoffroy Saint-Hilaire propuso la acción directa del medio sobre los organismos. La concepción determinista de los neolamarckianos derivó de la astrología. Por eso cuando a los botánicos y agrónomos se les preguntaba por el clima miraban al cielo: el clima de la próxima estación estaba en las estrellas o en los astros. ¿Habrá una buena cosecha? El fatalismo está escrito en el cielo, cuya influencia sobre la tierra es inevitable.

Según el neolamarckismo el medio incide en l os organismos vivos del mismo modo que las balas en una diana: todas dan en el blanco, de idéntica manera y con los mismos resultados. Si el ambien te es lo externo, el carácter es lo interno. Pero es lo interno más superficial de un determinado ejemplar perteneciente a una especie: uso y desuso de órganos, pero singularmente las patologías (mutilaciones, enfermedades).

Había nacido el neolamarckismo como algo diferente de Lamarck. A pesar de ello, el ambientalismo, lo mismo que la herencia de los caracteres adquiridos, quedó definitivamente asociado a su nombre.

No menos confusa era la diferencia entre caracteres adquiridos e innatos (o congénitos). Se llamaban adquiridos aquellos rasgos que los ancestros no poseían aparentemente. Era innato todo aquello que estaba previamente en el gameto (óvulo o espermatozoide). Esto daba lugar en ocasiones a un círculo vicioso: lo innato es hereditario y lo hereditario es innato. La biología planteó que también lo adquirido era heredable, de donde se dedujo que cualquier carácter adquirido era automáticamente heredable, para acabar finalmente afirmando a finales del siglo XIX que ningún carácter adquirido era heredable. En expresión de Lysenko, “no existe un carácter que sea únicamente ‘hereditario’ o ‘adquirido’. Todo carácter es resultado del desarrollo individual concreto de un principio hereditario genérico (patrimonio hereditario)” (5).

La biología había reunido un enorme cúmulo de observaciones dispersas relativas a especies muy diferentes (bacterias, vegetales, peces, reptiles, aves) que habitan medios no menos diferentes (tierra, aire, agua, parásitos), sin que paralelamente se hubieran propuesto teorías, al menos sectoriales, capaces de explicarlas. Sobre esas lagunas y tomando muchas veces en consideración exclusivamente aspectos secundarios o casos particulares, los biólogos han proyectado sus propias convicciones ideológicas y, desde luego, han tomado como tesis lo que no eran más que hipótesis. Pero no siempre es sencillo separar una hipótesis (ideológica, religiosa, política, filosófica) del sorporte científico sobre el que se asienta.

Para un ciencia que estaba en sus inicios era inevitable empezar poniendo el énfasis en el ambiente exterior. Las referencias a las circunstancias, al medio y al entorno eran tan ambiguas como cualesquiera otras utilizadas en la biología (y en la sociología), pero no son suficientes para explicar el rechazo que las tesis ambientalistas empezaron a desencadenar. ¿No es la evolución misma la mejor demostración de eso que llaman “herencia de los caracteres adquiridos”? Desde luego la “demostración” y la propia experimentación en biología se desarrollan mucho más tarde y en condiciones muy diferentes de la física. ¿Cómo se demuestra una teoría en biología? Hasta el siglo XX no se puede hablar de una biología experimental. Los experimentos del siglo anterior no se repiten en los mismos organismos ni en los mismos medios, de manera que cada uno de ellos arroja resultados diversos. También hay que poner de manifiesto que esa heredabilidad no se ciñe a los individuos de una especie sino al propio medio. En determinados casos, la introducción de una especie en un habitat que no es el suyo, modifica éste de manera radical y definitiva. Si habitualmente no se considera este supuesto como “herencia de un carácter adquirido” es porque la expresión “herencia” se toma en un sentido individual o grupal, a lo sumo. ¿No es heredable el medio?

Cuando se alude a esta tesis tan discutida, dándola por definitivamente enterrada para la ciencia por no haber podido ser demostrada, es porque nos encontramos ante un caso único cuya explicación merecería reflexiones muchísimo más profundas del cúmulo de las que se han venido exponiendo durante dos siglos. Resultaría sencillo comprobar que, además del estado inicial de la biología, concurrían también factores ideológicos, políticos y económicos para un rechazo tan visceral. Las alusiones ambientalistas tenían un componente corrosivo para una burguesía atemorizada por la experiencia del siglo XIX. Sobre todo tras la I Internacional y la Comuna de París, hablar del ambiente se hizo especialmente peligroso, signo de obrerismo y de radicalismo, y Lamarck era la referencia ineludible en ese tipo de argumentaciones. El lamarckismo rompía la individualidad clasista de la burguesía, la disolvía en una marejada informe. Frente al ambientalismo socialista, la burguesía comienza a alterar los diccionarios y a dar a la expresión “herencia” un contenido semántico nuevo: primero tuvo un significado nobiliario (feudal), luego económico (capitalista) y finalmente biológico (imperialista). En cierto modo es otro neologismo cuya utilidad iba a ser la misma que el grupo sanguíneo, la raza, el gen o las huellas dactilares. Se trataba de dar un giro de 180 grados a la biología: empezar de dentro para ir hacia fuera.

Por ese motivo, lo mismo que Lysenko, Lamarck es otra figura denostada y arrinconada en el baúl polvoriento de la historia científica. Había que acabar con la maldición lamarckista y el mal ambiente revolucionario del momento. Con el transcurso del tiempo los darwinistas prescindirán de la tesis sobre la “herencia de los caracteres adquiridos” para acabar prescindiendo del mismo Lamarck, hábilmente suplantado por Darwin. Esa persecución aún no ha terminado. Pero aunque sus herederos reniegan de ello, Darwin incorporó a su teoría científica de la evolución de las especies la tesis de la “herencia de los caracteres adquiridos”. El problema del origen de las especies depende de la solución que se le de a esta cuestión. Sin la “herencia de los caracteres adquiridos” la evolución es casi imposible de explicar; todo queda en manos de la selección natural. Con la “herencia de los caracteres adquiridos” la evolución se reduce a un mecanismo bastante lógico.

Desde 1859 la teoría de la evolución, erróneamente personificada en Darwin y sus concepciones, tuvo seguidores incondicionales, detractores furibundos así como intentos de síntesis con otro tipo de teorías. En esa larga polémica confluyeron factores de todo tipo, y los argumentos científicos sólo constituyeron una parte de los propuestos. Como ocurre frecuentemente cuando se oponen posiciones encontradas, los errores de unos alimentan los de los contrarios y por eso la oposición religiosa al darwinismo presentó a éste con un marchamo incondicional de progresismo que no está presente en todos los postulados darwinistas. Como también suele ocurrir cuando se abordan fenómenos asociados a conceptos tales como “raza”, los factores chovinistas estuvieron entre aquellos que hicieron acto de presencia y, ciertamente, no faltaron buenos argumentos para plantearlos porque de la misma manera que la historia del cine es la historia de Hollywood, la historia de la biología es la historia de la biología anglosajona, la bibliografía es anglosajona, las revistas son anglosajonas, los laboratorios son anglosajones... y el dinero que financia todo eso tiene el mismo origen. Incluso el término “genética” no fue un neologismo anglosajón creado a principios del siglo XX por William Bateson, como reza en el canon oficial, sino que nació casi un siglo antes entre los biólogos alemanes.

La entrada del capitalismo en su fase imperialista aceleró el progreso de dos ciencias de manera vertiginosa. Una de ellas fue la mecánica cuántica por la necesidad de obtener un arma mortífera capaz de imponer en todo el mundo la hegemonía de su poseedor; la otra fue la genética, que debía justificar esa hegemonía por la superioridad “natural” de una nación sobre las demás. Ambas están en consonancia mutua y tienen el mismo vínculo íntimo con el imperialismo.

Cuando la evolución se abrió camino en la biología de manera incontestable, los metafísicos trataron de descubrir algo que no cambiara nunca, el tarro de las esencias inmutables. Ya no era posible un enfrentamiento frontal. Era necesario un subterfugio porque no cabía duda de que la vida había evolucionado y se trataba de separar lo que evidentemente evolucionaba de aquello que -supuestamente- no podía evolucionar en ningún caso.

La involución frente a la evolución

Esa fue la tarea que emprendió el alemán August Weismann (1834-1914), quien se presenta como darwinista. No obstante, frente a las tesis evolucionistas Weismann defendía el último reducto de la metafísica biológica, la idea de que hay algo eterno, que va más allá de la historia porque no tiene principio ni fin. Weismann no es darwinista; más bien con él empieza el neodarwinismo, que es algo diferente. El concepto de evolución cambia radicalmente. De ahí que, aunque Lecourt considera a Weismann como un autor “olvidado” por la biología, otros autores, como Rostand, coincidiendo en esto con Lysenko, han destacado su enorme importancia (6).

Los presupuestos científicos de Weismann son singulares. Como él mismo reconoce, emplea la palabra “investigación” en un sentido “un poco diferente” del usual. Para él también son investigaciones las “nuevas observaciones”, aunque de esa manera sólo cambia el problema de sitio porque no define esa noción, aunque da pistas al afirmar acto seguido que el progreso de la ciencia no se apoya sólo en “nuevos hechos” sino en la correcta interpretación de los mismos. Lo que trata de reconocer de una manera ambigua es que el giro que está a punto de dar a la biología no se fundamenta en el descubrimiento de hechos que antes nadie hubiera apreciado sino en una nueva hipótesis teórica. Luego, al aludir a la herencia de los caracteres adquiridos afirma algo más: que no está probada (7), algo que, según parece, ningún biólogo había advertido antes que él. Pero Weismann tampoco define en qué consiste “demostrar” en biología, de manera que cuando el biólogo alemán Detmer le indicó varios hechos que –según él- sí lo demostraban (8) Weismann rechaza unos y de los otros ofrece una interpretación alternativa basada en la selección natural. Por tanto, la labor de Weismann fue, como él mismo reconoce, de tipo jurídico: trasladar la carga de la prueba sobre los partidarios de la herencia de los caracteres adquiridos; son ellos quienes deben “probar”. Fue una reflexión de enorme éxito: a partir de sus escritos le dieron la vuelta al problema, repitiendo una y otra vez que la tesis -desde entonces ligada a Lamarck de manera definitiva- no está probada. Pero Weismann fue mucho más allá: la tarea de probarlo le resulta “teóricamente inverosímil”, es decir, que nunca se ha probado ni podrá probar jamás.

Si la teoría de Lamarck no está probada sólo queda comprobar si lo está la de Weismann. La leyenda de la genética afirma que para demostrar la inconsistencia de la heredabilidad de los caracteres adquiridos, Weismann amputaba el mismo miembro de cualquier animal generación tras generación, a pesar de lo cual, dicho miembro reaparecía en cada recién nacido. Nunca existió tal experimento, pero de esa manera absurda se ha pretendido ridiculizar a Lamarck con una caricatura de experimento, cuando sería el experimentador el que hubiera quedado ridiculizado. No hacía falta ningún experimento; los judíos llevan siglos circuncidándose y, a pesar de ello, reaparece en cada nueva generación.

Como la heredabilidad de los caracteres adquiridos es el único mecanismo explicativo que Lamarck propone y es errónea, todo su sistema biológico se hunde. No sucede lo mismo con Darwin porque éste redujo al ámbito de acción de la herencia de los caracteres adquiridos con su teoría de la selección natural. Se trata ahora de dar un paso más en esa dirección: erradicar totalmente la tesis lamarckista pero preservar el resto darwinista, el principio de la evolución exclusivamente por medio de la selección natural. Esa era la línea directriz a seguir por la biología en el futuro.

Pero además de eso es necesaria una teoría de la herencia que sustituya a la de Lamarck. Por eso, aunque él sostiene que ambas son independientes, Weismann contrapone su hipótesis a la lamarckista.

En este asunto lo verdaderamente sorprendente es la rapidez con que a partir de 1883 se abandona la pauta anterior y se inicia una nueva sin grandes resistencias. En muy poco tiempo la herencia de los caracteres adquiridos pasó de ser un principio incontrovertible, incluso para los fijistas, a ser el más controvertido de toda la biología. Fue un giro fulgurante, aunque lo más sorprende es que no se fundamentara en hechos sino en contraponer una hipótesis a otra. Si no aportaba evidencias empíricas se trata de comprobar si existían grandes virtudes teóricas en la propuesta de Weismann, desde luego muy superiores a la predominante hasta entonces.

La conclusión es rotundamente negativa. Según Weismann la dotación genética (“plasma germinal”, la llamó) determina unilateralmente los rasgos morfológicos de los seres vivos. Las células de éstos aparecen divididas en dos universos radicalmente contrapuestos: un elemento activo y otro pasivo. Hasta la fecha, la división dominante en los organismos vivos se establecía entre la especie (o el individuo) y el medio; a partir de entonces esa división separa el plasma de todo lo demás, calificado de “medio exterior”. En consecuencia, Weismann no sólo no precisa el concepto de “medio” sino que pretende darle “una gran amplitud”. Como buen zoólogo, Weismann era un observador perspicaz y había leido a Lamarck mucho mejor que sus contemporáneos. Sabía que el francés se apoyaba en el “uso y desuso” y no en el ambiente exterior. Pero el uso y desuso de Lamarck no puede ejercer una influencia “directa” de transformación de la especie tan grande como los factores ambientales, que Weismann resume en la palabra “clima”. De esta manera, Weismann se enfrenta directamente a los neolamarckistas de su tiempo sobre dos ejes básicos:

a) los cambios individuales no afectan a la especie; si se toma al individuo aisladamente, todas las influencias exteriores no pueden transformar la especie

b) en la crítica el factor ambiental queda definido como la “acción directa del medio exterior”, una expresión que repite varias veces

Eso es exactamente lo que Weismann critica y su conclusión hará fortuna. Todos los caracteres debidos a las acciones exteriores, afirma Weismann, quedan limitados al individuo afectado y, además, desaparecen muy rápido, mucho antes de su muerte, concluyendo de una forma rotunda sin intentar siquiera ninguna clase de prueba: “No hay un solo caso en el cual el carácter en cuestión se haya convertido en hereditario” (9). Parece claro observar que la afirmación de que los cambios exteriores sólo puedan afectar a un único individuo es absurda.

La de Weismann no es una crítica de los postulados del contrario sino de la interpretación que él mismo ofrece de esos postulados. Es un aspecto en el que Weismann deja de ser el biológo minucioso y atento para desplegar un ataque en toda la línea del frente que, en aquel momento, estaba compuesta por todos los demás. Es una crítica genérica de toda una corriente, el neolamarckismo, presentada de una manera uniforme sobre la base de conceptos imprecisos, como el “medio exterior”, cuya precisión se difumina aún más.

Sin embargo, Weismann defiende el transformismo, por lo que tiene que recurrir a otros mecanismos teóricos diferentes, es decir, tiene que explicar la transformación sin herencia de los caracteres adquiridos. Éste es uno de los problemas más profundos de la biología, advierte Weismann; su solución es decisiva para explicar la formación de las especies. Para explicar los cambios en los organismos vivos Weismann tiene que explicar un cambio previo que los cause. Ese mecanismo es el plasma germinal: no hay cambio en la especie sin previo cambio del plasma: “Nunca he dudado de que modificaciones que dependen de una modificación del plasma germinal, y por tanto de las células reproductoras, sean transmisibles, incluso siempre he insistido en el hecho de que son ellas, y sólo ellas, las que deben ser transmitidas” (10). El problema cambia de sitio: ahora se trata de saber qué es lo que causa esas modificaciones del plasma que a su vez causan modificaciones del cuerpo. Entonces critica a Nageli, para quien las modificaciones son de tipo “interno” de modo que todo el desarrollo de las especies estaba ya previamente escrito en la estructura del primer organismo simple y todas las demás proceden de él. Según Weisman las causas son “externas”, lo cual parece dar la razón a los neolamarckistas, o al menos permite una síntesis: no habría una acción “directa” del medio exterior sino que ésta sería “indirecta”. Weismann no lo dice pero sólo cabría esa reflexión.

A partir de ahí las explicaciones son ambiguas y quedan en una nebulosa. Nos dice que la selección opera sobre “variaciones germinales” pero no explica por qué se producen esas variciones, salvo que son de naturaleza distinta de las variaciones del cuerpo. También alude a las “tendencias de desarrollo” del germen, lo que parece una vuelta a Nageli. En cualquier caso, la biología posterior se olvidó de esta parte de la concepción de Weismann, de modo que el plasma no podía resultar influenciando por nada ajeno a él mismo.

También es nebulosa su concepción del plasma germinal, que no es un organismo “en el sentido de un prototipo microscópico que engordaría para transformarse en un organismo completo” (11). Sabemos lo que no es pero Weismann no dice lo que sí es y todo vuelve a la nebulosa. Habla de que el plasma dispone de una “estructura molecular específica” y determinadas “propiedades químicas” que no concreta, y posiblemente no podía concretar en aquel momento. No obstante, esas alusiones son suficientes para concluir que Weismann parece conceder al plasma un estructura material.

A la teoría de Weismann se le da el nombre de “teoría de la continuidad”, si bien sería mejor llamarle teoría de la inmortalidad y es interesante entender los motivos. De la teoría celular se extrajo la idea peregrina de que los organismos unicelulares no mueren nunca, ya que carecen de órganos reproductores y se multiplican con la totalidad de su cuerpo mediante divisiones sucesivas e idénticas que mantienen su vida indefinidamente, al menos en teoría. Parece que, por el contrario, los organismos más complejos, que tienen órganos reproductores diferenciados del resto del cuerpo, fallecen. Weismann opina lo contrario y afirma que precisamente el plasma germinal no muere nunca; lo único que muere es el cuerpo, mientras que el plasma continúa en los descendientes. La escisión que establecía entre parte reproductora y parte reproducida, también separaba la parte mortal de la inmortal. Es el componente místico de la teoría. Aunque parece concederle una composición material, el plasma germinal de Weismann es el viejo alma (“pneuma”) de la vieja filosofía idealista. El plasma es inmortal, lo mismo que el alma. El alma mueve al mundo, pero ¿qué mueve al alma? ¿Acaso el alma no se mueve?

Otra consecuencia mística de la teoría: si el plasma germinal no cambia, no existen padres e hijos y todos somos hermanos.

Weismann apenas podía disimular de dónde había extraído sus concepciones. De manera inmediata de la formulación que Virchow hace de la “teoría” celular: la vida es eterna porque la vida sólo procede de la vida. La tesis de la generación espontánea de Lamarck también es falsa.

El primero de los artículos teóricos de Weismann se titula “La duración de la vida”, donde la apariencia científica apenas puede encubrir el viejo misticismo: los organismos inferiores no mueren nunca, los individuos mueren pero la especie es eterna, el cuerpo se descompone pero el plasma perdura, etc. Respecto a esta parte de la teoría de Weismann cabe apuntar varias observaciones, aunque sea de manera muy resumida:

a) cuando se dice que algo no tiene fin es porque tampoco tiene principio y por eso, aunque Weismann critica a Nageli, no acaba de romper con él; Darwin tituló su libro “el origen de las especies” y los fósiles demuestran el final de las mismas

b) a pesar de lo que diga Weismann, las células sí mueren, pero es aún más necesario recordar en qué condiciones se puede prolongar su existencia: cambiando el medio externo

c) en los embriones, las células germinales se forman después de las demás y, por tanto, a partir de ellas, justo todo lo contrario de lo que cabría esperar de la tesis de Weismann

Weismann contribuyó a impulsar el “micromerismo” en biología, una corriente ideológica que trata de explicar la materia viva a partir de sus elementos componentes más simples. Su modelo estaba tomado del atomismo del mundo físico y de la teoría celular en la forma en que Virchow la había expuesto. La cadena reduccionista se iba imponiendo en biología. Los organismos vivos se componen de células, concebidas como unidades autosuficientes que se reproducen a sí mismas. No hay nada en el mundo orgánico más que células y éstas derivan unas de otras. Esta tesis de Virchow es la que Weismann expresa con otro formato. Según Weismann, el plasma germinal se componía de unas supuestas “bioforas”, unidades de la herencia que ahora se denominan genes, un concepto de contenido científico harto dudoso o, al menos, cambiante.

A pesar de que en la ideología burguesa el micromerismo pasa por ser una forma de “materialismo” (mecanicismo en realidad), fue combatida en la URSS y, de la misma manera que Lysenko se enfrentó a Weismann, Olga Lepechinskaia hizo lo propio con Virchow, con idéntico –o aún peor- resultado de linchamiento. Al final en Virchow “la impotencia debe ocultarse por medio de frases generales”, había escrito Engels (12). De nada servirá aducir en contra de Virchow que en el organismo humano hay diez veces más bacterias que células, por ejemplo, porque Lepechinskaia es otra de las figuras malditas de esta pequeña pero vertiginosa historia. También nos la ridiculizan como si se tratara de otro caso único de aberración científica; no obstante, Delage ya expresó la misma opinión que la soviética Lepechinskaia muchos años antes (13).

La biología tenía que recorrer un camino que ya estaba previamente marcado por las proyecciones ideológicas de determinadas corrientes “científicas”. Como la física, fue encontrando lo que buscaba: partículas cada vez más pequeñas de la materia viva (célula, núcleo, cromosomas y genes) sobre las que concentrar la explicación de todos los fenómenos vitales, lo cual es algo más que simplista. La evolución de las especies, las presentes y las pasadas, no se puede explicar solo con ayuda del microscopio.

El atomismo celular y genético de Weismann no era más que un trasunto de la ideología individualista que busca la identidad propia, una diferencia indeleble por encima del aparente parecido morfológico de los seres humanos y de un ambiente social homogeneizador, hostil y opresivo. El fenotipo podía ser similar, pero el genotipo es único para cada individuo. Es la naturaleza misma la que marca el lugar de cada célula en los tejidos y de cada persona en la sociedad.

El micromerismo es la microeconomía del mundo vivo, su utilidad marginal y cumple idéntica función mistificadora: son las decisiones libres de los sujetos (familias y empresas) las que explican los grandes agregados económicos tales como el subdesarrollo, el déficit o la inflación.

El genotipo separa definitivamente el cosmos en dos partes bien delimitadas, lo interior y lo exterior, en donde prevalece lo primero, que es el ámbito de lo personal y único. Para destacar el carácter inexpugnable de la intimidad, los anglosajones utilizan el aforismo “Mi casa es mi castillo” y cualquier cosa que llegue de fuera necesita de una autorización previa. A partir de las teorías micromeristas, la biología dio un giro completo a su vector inicial: si antes había ido de fuera hacia dentro, ahora iba de dentro hacia fuera. La genética es una autopista de sentido único.

Sobre la base de ese individualismo, una base natural e inmutable, había que edificar la continuidad del régimen capitalista de producción. Cabía la posibilidad de hacer cambios, siempre que fueran pequeños y no alteraran los fundamentos mismos, la constitución genética de la sociedad capitalista. Por supuesto esas pequeñas variaciones no son permanentes, no son hereditarias, no otorgan derechos como los que derivan de la sangre, del linaje y de la raza.

De ahí que las tesis anticientíficas de Weismann prevalecieran entre los genetistas de los países capitalistas más “avanzados”, especialmente en Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y sus áreas de influencia cultural, bajo el título fastuoso de “dogma central” de la genética. También es el fundamento teórico de los transgénicos y de la llamada ingeniería genética que las grandes multinacionales tratan de imponer en los cultivos agrícolas de todo el mundo.

A partir de las tesis de Weismann sólo quedaba explicar lo inexplicable: cómo era posible que algo que no cambiaba nunca pudiera determinar algo que es cambiante, es decir, que un mismo factor (gen) produjera efectos diferentes a lo largo del tiempo. Sobre el origen de los genes ni siquiera cabe preguntar...


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